A veces tengo un sueño que parece imposible.
Sueño que vivo en un país, en que todas las casas de la ciudad y el campo, tienen agua y que además de electricidad, cuentan con teléfono y conexión a Internet. Las familias disfrutan de una existencia ordenada y tranquila. La armonía se proyecta en el ambiente. La gente confía en el futuro.
También sueño, que los padres tienen trabajos dignos y los hijos estudian sin problemas. Cuando alguien se enferma, puede asistir a un centro de salud, sin tener que preocuparse por pagar ni la atención del médico, ni los exámenes indispensables, y menos las medicinas necesarias para curarse.
La política tributaria ha permitido financiar los gastos generales del estado y de manera especial, los servicios de educación y salud. Las obligaciones previsionales están aseguradas.
Aunque parezca mentira, las calles lucen limpias. Las pistas parecen recién inauguradas y da gusto ver como se respetan las señales de tránsito. No se permite, la circulación de vehículos que contaminen el medio, y los pobladores han prohibido que la basura se deje en cualquier parte.
No se puede hacer ruido impunemente. Las infracciones a las normas vigentes, son debidamente sancionadas. Los políticos tradicionales ya han pasado a la historia: la población se ha organizado de manera diferente.
Servir al país es un honor muy grande y todos quieren participar de ese servicio, pero sólo los elegidos pueden hacerlo. En mi sueño, todo tiene sentido, pero cuando despierto, descubro confundido que resulta muy difícil despojarnos de esa costra malsana que ha rodeado toda nuestra existencia.
Sin embargo, la realidad congela nuestros sueños.